El taller es un espacio reducido y deforme , donde las sombras parecen acaparar las paredes irregulares, sombras con formas grotescas que se estiran como si quisieran acabar con la poca luz existente.
La única lámpara parpadea, proyectando figuras borrosas que se retuercen en la madera.
Relojes de todas formas y tamaños cubren las paredes, algunos detenidos, otros avanzando con un ritmo enfermizo, tic-tacs desincronizados que generan un murmullo estremecedor.
Sobre la mesa de trabajo, engranajes oxidados, herramientas, piezas desmontadas forman un caos. Un reloj de péndulo, majestuoso, pero estropeado se alza sobre la mesa, moviéndose de forma hipnótica.
Un espejo grande y cubierto de polvo se alza en el rincón más oscuro. Su marco es de madera tallada, resquebrajada con el paso del tiempo, ornamentado con surcos que se parecen a rostros atrapados en la madera. La brisa de la ventana entreabierta agita las desvencijadas cortinas, que se mecen con un suave lamento, lejano y tenue.